Antaño, cuando la sociedad estaba dotada generalmente de un carácter rural, existía en la tauromaquia una primacía del toro sobre el torero. Es por ello que en los carteles se anunciaba con mayor protagonismo el nombre de la ganadería, cuyos bicornes serían lidiados en la plaza. De este modo, el respetable, al estar familiarizado con los animales del campo, sabía valorar y reconocer más la condición de los astados, y por este motivo debían corresponder los picadores y sus caballos, ahormando la embestida con la vara. Es a partir de ese momento cuando empiezan los varilargueros a adquirir relevancia en el toreo, hasta tal punto de anunciarse también en los carteles, y vestir el oro en su indumentaria.
Sin embargo, allá por el siglo XVIII, pese al riguroso criterio de los maestrantes hispalenses, los matadores comienzan a manifestarse para, de alguna manera, cobrar algo de importancia en la lidia. Consiguen los diestros la licencia de vestir la plata, sobre unos vestidos diseñados por los propios espadas, hasta el año 1830, cuando Francisco Montes "Paquiro", tras fijarse en las vistosas vestimentas de los invasores franceses de la época, establece el parámetro común del traje de luces, el cual hoy día conocemos, con ligeras variaciones. Los piqueros y matadores se encontraban entonces al mismo nivel de relevancia. No obstante, en la actualidad, desafortunadamente los segundos se superponen sobre los primeros.
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