viernes, 30 de octubre de 2020

OPINIÓN: Con la miel en los labios

    

Imagen: El País


    Cuando las postreras y agridulces reminiscencias estivales de esta atípica temporada se destocan para solicitar el toque de clarines, nos resta confiar plenamente en la Gira de Reconstrucción de Movistar Toros, y en el Todopoderoso para que esta discurra con normalidad. Y es que tras la heterodoxa y razonablemente polémica encerrona que nos brindó el extremeño Ferrera en su tierra, en la cual lo indeseado en forma de zalduendo volvió a acudir -en vano- hacia él, se nos iluminaba una sonrisa en el rostro al ser conscientes del fin de semana taurino que se avecinaba.

    Hasta el momento, "patica patrás", pico en la muleta y, cómo no, "alcayateo" en la figura (que milagro es que no se raje la taleguilla con tanto retorcimiento) son los que sin problema alguno se pueden colocar la medallita acerca de esta sucesión de festejos que valerosamente han organizado la Fundación Toro de Lidia y la entidad de Canal Plus. Supone pues, un desaliñado preámbulo -si se me permite esta denominación- a lo que verdaderamente es torear. El treinta y uno de octubre y uno de noviembre eran fechas señaladas en el calendario torero. Pablo Aguado, Rafa Serna, Diego Urdiales y David de Miranda. Jandilla y Cuvillo. Parecen carteles cincelados por ángeles. Venían a dar el palmetazo en la mesa esos espadas de los que renuevan la fe en la religión taurina, tristemente difuminada desde aquella veinteañera retirada del chiquillo camero del Cortijo de Gambogaz, quien tiene como nombre y apellido palabras mayores...

    Desde la barrera del tendido del Cielo, aguardaban ya los dos padres de los sevillanos que mañana se acartelaban, ya no sabe uno con tanto cambio si en El Bosque, Ubrique, o en la plazoleta del pueblo. D. Rafael González Serna y D. Julio Aguado Sainz de la Maza, dos maestros bastante relacionados entre sí y que de seguro hubieran disfrutado desde arriba de la más pura combinación que nos habría sumergido bajo cierto aroma a la más torera ramita de Romero. En tal caso, Pablo derramaría con su latino capote esa torería que le chorrea de los caireles, rematando Serna, dibujando retazos al más hispalense estilo. Tome nota: algo magno hubiera sucedido.

    Ni que decir tiene si le hubiese dado a Diego Urdiales por trazar el toreo con su mágica mano izquierda, frente al clásico onubense de Miranda, ejecutando esas saltilleras de las que atraen la tragedia. La naturalidad y seriedad abundan en este dúo de diestros -que no mano a mano de cuatro toros, como se pregona por ahí-. Menudo deleite se habría firmado sobre el indeterminado albero, tras el paso de estos cuatro TOREROS en mayúscula. Sin embargo, la salud siempre es lo primero, aunque nos quedemos con la miel en los labios.

Romero Salas

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