Brinda al público. Deja firme en su mesilla la montera del honor. La herida se le desparrama a borbotones, pero su fuerza torera le impide consentir el mínimo pensamiento de volverse atrás. Recorta distancia llevándose el burel a los medios con deslumbrante torería. Y no es nuevo.
Juan Ramón abandonó decidido la enfermería de la angustia para hacer frente a su oponente. Se coloca al natural con las dos punteras mirando hacia los dos pitones que en su busca fueron, mas no sabían a quién atacaban. Dando el pecho. Siempre dando el pecho. Queda maestro para rato.
Aquel bicorne al que con gran inocencia llamaron COVID-19 acomete sin tranco ni compás a la dulce franela del diestro. No obstante, la desmesurada experiencia del espada enseña a embestir a esta horrenda criatura que cornea sin cesar. Primera tanda con la zurda, y el orbe taurino en pie. Mientras tanto, una voz desde el tendido, más bien desde la pena de la afición por la cogida a su torero, grita desamparada: "¡Fuerza Maestro!".
Juan Ramón Romero, estamos con usted.
Imagen: Mundotoro
Romero Salas
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