Se retira uno de los grandes, y la afición lo siente. Desprenderse de esa cálida y amarga seda para recoger el pesado y rígido percal, y destocarse a saludar al respetable (y más aún estricto y entendido, que cada vez quedan menos) debe ser todo un orgullo. Envolver la montera en ese aire salado malagueño, disfrutar de La Maestranza en pie, y ser el protagonista de la capital del Reino con su querido malva y oro, debe ser algo que no se olvida jamás.
Y más emoción supone que te saquen del callejón, con el corazón a mil por hora, matadores que reemplazarán la torería y veteranía que has arrebatado a los ruedos.
Se va Manuel, la alegría que rebosa en los carteles, y la ira que se desata ante el toro que no cae.
Fotos: Aplausos
Romero Salas
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