Y Santiago los iluminó con su estela. Hoy tan solo cuatro sendas condujeron a la Roma del toreo. El coso santanderino de Cuatro Caminos se inundó de nazareno y azabache, transformándose a su vez en la más frondosa galería de arte en movimiento. Los cuatro caminos que dan nombre a la septentrional plaza de toros se basan en una palabra cada uno: "Morante, de, la, Puebla".
Fue Morante quien dio un paso más allá y, con sendas orejas jaboneras en mano, fragmentó las leyes de la semántica española: según la RAE, el término "arte" significa en su segunda acepción "manifestación de la actividad humana mediante la cual se interpreta lo real o se plasma lo imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros". Dicho esto, surge una absoluta necesidad de excepción para comprender el arte que destiló el cigarrero sobre el pardo albero de Santander: toreó sin toro, creó arte sin esos "recursos" que menciona la Real Academia. Y es que cual pintor sin inspiración, cantaor sin compás o poeta sin métrica, Morante puso en total -y debida- evidencia a D. Juan Pedro Domecq.
Le tocó un descomprometido burel, informal hasta la penca y totalmente digno de la abreviación de faena que habitualmente suele llevar a cabo por la geografía taurina. En cambio, Morante decidió catalogar una vez más la tauromaquia como arte entre las artes. A base de espontáneas suertes muleteras, enroscadas por detrás de la cintura, cites a pies juntos con la franela plana al cien por cien, inteligentes ayudaos' por alto y una entregada muerte suprema, el sucesor de Gallito Chico demostró su capacidad de producir pata negra en CUALQUIERA DE LAS TARDES EN LAS QUE SE ACARTELE. Si verdaderamente hoy ha sucedido lo que creen haber visto mis ojos, el diestro de la Puebla se acaba de construir su propio enemigo a largo plazo: la posible sobre-exigencia del público. Por mi parte no sucederá porque me enseñaron a querer y esperar a Morante... pero Dios quiera que no le pase como al mítico Belmonte, Joselito o incluso al Faraón de Camas en sus últimos paseíllos... Mientras tanto, los aficionados de la ciudad cántabra siguen soñando el toreo. Gracias, maestro.
Imagen: Arjona
Romero Salas
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