sábado, 24 de septiembre de 2022

Las vueltas al ruedo también son trofeos

      Y de los más loados a lo largo de la historia taurómaca. Es evidente que tendemos a infravalorar ese punto intermedio entre la concesión de una oreja y un simple saludo desde el tercio. Pero mayor aún es la evidencia que rebosa sobre la vil profanación que se ha dado en el Paseo Colón a una de las leyes fundamentales del toreo: en plaza de primera -y ni hablar ya de Sevilla-, si no se mata en el primer encuentro, no hay orejas. 


         Y es que cuando un torero da una vuelta al ruedo, es signo inequívoco de que el público está con él pese a cualquier infortunio o desperfecto de su lidia que le haya impedido pasear apéndices. Por ende, ¡qué majestuoso hubiera sido ver a Morante pasar por barrera una segunda vez -como se le pidió-... y todas las que hicieran falta! Pero desprovisto de esa oreja que debió llegar al desolladero en el arrastre.




            Es muy simple: si fragmentamos las "normas no escritas" que nosotros mismos hemos establecido, ¿adónde estamos llevando nuestra Fiesta? Responderán los aficionaos' que hay que tener sensibilidad, que es un premio al conjunto de la obra, y miles de etcéteras. Así opino yo también, y por ello el respetable, como soberano que es, tuvimos la potestad para pedirle una segunda vuelta, y una tercera y así hasta que nos echaran de la plaza, con mayor sensibilidad y a su vez mayor rigor que el Sr. Presidente que osó a asomar el pañuelo blanco por el palco, habiendo visto al cigarrero entrar hasta en tres ocasiones a matar. La primera oreja es la del público, pero siempre y cuando se cumplan los requisitos para dicha concesión. Y para más inri, sigo sin poder asimilar cómo grandes entendidos afirman sin complejos que incluso merecía cortar el rabo.


      Partimos de la base de que el cuarto burel fue pitado desde su salida hasta banderillas por descoordinación (finalmente por mero acalambramiento, propio de haber estado en los chiqueros). Por consiguiente, no pudo haber lucimiento en ninguno de los primeros tercios, con lo cual se esfuma el mínimo vislumbre de conceder los premios máximos que tanto se están escuchando sin sentido alguno. Y aunque se vio un José Antonio entregadísimo, arrebatao' y dando clases de una pureza impresionante, verdad y torería, el de Matilla iba muy a menos, parándose y convirtiéndose en un carretón fácil, embistiendo de uno en uno y con cierta informalidad en el recorrido (aunque con sublime humillación) lo que hizo perder explosividad a una faena ya de por sí magistral. 





     Dicen también que ha sido "la faena de la vida de Morante". Dónde queda entonces la lidia completa a uno de Juan Pedro el 1 de octubre del pasado año, la faena del Núñez del Cuvillo en 2016, o bien la que realizó de verde botella y azabache en 2009 ó la de la porta gayola en abril de 2007, todas ellas gratamente recordadas. Y si la faena al de Olga Jiménez el 23 de septiembre de 2022 era de rabo según los mentideros, aun faltándole esa última rotundidad ya citada, ¿a qué altura queda la de Pablo Aguado con Jandilla, Diego Urdiales con Santi Domecq  o el propio Tomás Rufo este pasado abril?


       Así pues, por el bien de la tauromaquia, la obra de plena inspiración y sello propio de Morante se merecía un premio bastante más digno mediante varias vueltas al ruedo de peso y mérito, que, por esa falta de firma y redondez, una oreja inmerecida y transgresora de los cánones que rigen nuestro espectáculo. Porque las vueltas al ruedo también son trofeos, y muy dignos.


Romero Salas

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